Camino de Santiago desde O’cebreiro:
Aquellos primeros pasos supieron a poco, pero fueron dos horas en las que fuimos haciéndonos idea de lo que nos iba a ocupar la mayoría del tiempo, andar…
Esa primera tarde-noche la dimos por acabada con unos primeros chupitos de orujo acompañados por un bicigrino de Jerez. Este nos contaba su intención de hacer la etapa hasta O’cebreiro por el camino de los peregrinos en vez de por la carretera. La verdad es que tampoco me hacía a la idea de cuál era la diferencia, pero sin querer mostrar mi desconocimiento asentí como si nada.
Mi verdadera preocupación era los 13 km finales de la etapa en continuo ascenso y con un desnivel muy importante. Mis pensamientos eran simplemente en torno a mi capacidad para hacer tal subida. Mi mente no dejo de bombardearme con tales pensamientos de duda, de incertidumbre e intentando provocarme miedo. Y así fue hasta que finalmente, agotado, percibí como mis parpados pesaban más que éstos.
Y nos dieron las cinco de la mañana en un abrir y cerrar de ojos. Recogimos nuestros sacos de dormir, nos vestimos de peregrinos y decidimos poner comienzo a nuestra andadura. Llenos de nerviosismo y expectación bajábamos las escaleras del albergue de Trabadelo para decir adiós a Esperanza y agradecerle su hospitalidad.
A las seis cruzábamos el umbral de la puerta del albergue y una señora mayor portuguesa nos pedía permiso para arrancar la marcha con nosotros. ¡Por supuesto que sí! Aunque no estaba acostumbrado a este tipo de peticiones, era imposible negar la compañía. Pensé que esto serían ¨cosas del camino¨. Y sin romper la magia del momento, con los frontales en la cabeza para darnos luz en la oscura noche, pusimos pie en el camino.
Poco a poco empezaba a clarear y mi propósito fue estampar el sello de cada iglesia en la que pasábamos, en mi credencial. Ruitelan, Vega del Valcarcel, Herrerías y así poco a poco adentrarnos en la frondosa subida hasta coronar el Monte Crebreiro. Dura y exigente subida, pero con una belleza inusual, vas tomando altura y las vistas al Valle son paradas en el tiempo. Y paso a paso, con la respiración entrecortada y el corazón latiendo en mi garganta dimos con La Faba y siete kilómetros más arriba con la ansiada aldea gallega.
Cuando llegas tienes una mezcla de emociones y sensaciones corporales que son difíciles de distinguir unas de otras. Por un lado, sientes satisfacción de haberlo conseguido, por otro lado, admiración por las vistas, también agradecimiento al universo por mostrarme tal explosión de vida a mis ojos. El miedo fue quedándose por el camino, las incertidumbres se desvanecían cada metro que subía. Físicamente sentía liviandad corporal, aun teniendo doloridas las piernas y los pies. En definitiva, no había precedente de esas mezclas
Y nos dispusimos y trasladamos a otra época, nos dejamos envolver por la magia de ese lugar. Tomamos un tentempié, visitamos la Iglesia, mostramos nuestro respeto a Don Elías Valiña, observamos con detenimiento el mágico cáliz del milagro y nos dispusimos a seguir caminando. Y de repente, esa magia que me rodeaba se vio rota por la llamada de teléfono de un familiar cercano dándome la tristísima noticia del fallecimiento de un viejo y buen amigo.
Continuamos la marcha, pero desde la llamada de teléfono hasta que decidimos parar en una aldeíta llamada Hospital, fue un valle de lágrimas. No podía creer la noticia recibida, no encontraba explicación alguna, ¿cómo una persona tan joven decide acabar voluntariamente con su vida? Fui preso de mi pensamiento, fui rumiándolo. Fui por el camino, pero no estuve en él, no lo viví, ese tramo se esfumó sin dejar ni rastro. Solo lágrimas en mis ojos y rabia en mi pecho, mucha rabia contenida, una tristeza que inundaba todo mi ser.
Y entre sollozos y gallinas revoloteando, cenamos a media tarde y dimos la dura jornada por acabada.
Lágrimas, muchas lágrimas.
Ultreya